Y estabas allí, en medio de mis sueños, cuando de repente comencé a extrañarte. Tu presencia se fundió en mi almohada y al amanecer me di cuenta que no estabas...
Una y otra vez, la misma escena, el mismo cuento cada noche, buscando palabras y sonidos que despierten el alma y fastidien tu calma. Aquí, en la soledad que deja cada final, me declaro culpable, asumo el pecado... El silencio recoge las dudas y las lágrimas llenan las páginas, cada palabra, cada amenaza, todo, todo me atrapa...
En esta soledad tan concurrida por rostros de vos, me entrego de nuevo a sentir, naufragando en la mitad de la madrugada, cuando volví a confundirte con mi almohada...